Que no se entere el pobre Astro de que su amigo ha muerto…
Le llamaba Pequeño Saltamontes por que siempre estaba dando saltitos a mi alrededor.
Cuando estaba Astro le gustaba frotarse contra el, con el rabito en punta, charlando alegremente, preguntándole donde había estado y por que había tardado tanto.
Un día decidió que mi pierna también era digna de sus atenciones y comenzó a frotarse y a charlar conmigo. A veces rozaba mi mano, tímidamente, cuando le ponía comida, con la sabia prudencia de quien ha nacido y vivido en la calle.
El Pequeño Saltamontes no llegaba a los 8 meses de vida, lo que por esta zona es considerada una vida larga y productiva. Era largo, estilizado, elegante, ágil y guapo como lo era su madre, Grisina. No había heredado ni su mal humor ni su desconfianza hacia el ser humano, pero era muy inteligente, lo bastante como para no querer acercarse a ninguno demasiado.
Su prudencia y sabiduría, ya tan joven, no le salvo de acabar sus dias en la cuneta en la carretera, en medio de un charco de sangre. Sus hermosos ojitos llenos de vida estaban fuera de sus cuentas. Habia sido, al menos fulminante.
Ahora el Pequeño saltamontes puede corretear sin miedo a que otro coche decida acortar sus alitas de ángel. Esta no se las quita ya nadie.
Descansa en paz pequeñín, allí donde nadie puede hacerte daño.